Raymond Chandler decia que “no hay nada más vacio que una piscina vacia”. Y en ese sentido pocas cosas son tan elocuentemente malas como una provoleta mala. Que completamente derretida, que cruda, o que tostada de un lado y “chirle” del otro.
No es sencillo hacer una provoleta y no es barato andar experimentando, y asi es que cualquier “millenial” u oportunista de turno intentaría poner “cómo hacer una provoleta” en Google, afin a esa leyenda urbana que dice que para todo hay un video de YouTube que lo explica, como muchos comentan haciendose la sorprendidos en un asado. El problema es que no hay un vídeo sino decenas, centenas, tal vez miles de videos que intentan explicarlo.
Aca los invito a hacer bien el ejercicio de psicología social que yo hice a las apuradas hace poco. Elijan al azar unos 10 videos como los del párrafo anterior, e intenten anotar los “secretos de la provoleta” que cada uno de ellos promete. Animense y sopréndanse. Asi es que mientras que uno dice que el fuego tiene que estar a temperaturas infernales, otro que hay que buscar el lugar mas frio de la parrilla. Otro dice que es tres minutos por lado y otro que 15. Uno que hay que ponerle harina al queso, otro que no, uno que hay que ponerlo en la plancha inmediatamente de sacado del freezer, otro que dejarlo orear durante 24 horas, que hay que usar un recipiente ad hoc, que no, que encima de la parrilla, que hay que ponerle sal al carbón para que opere no se que química/alquimia, que comprar solo cierta marca de queso, que cualquiera. Que ser y que no ser, esa parece ser la cuestión.
Lamentablemente no hay una relacion obvia entre métodos y resultados, maxime teniendo en cuenta que evaluar una provoleta por YouTube “es como bailar sobre arquitectura”, como dicen que decía Frank Zappa de los escritos musicales. En definitiva, el experimento sugiere que el largo periplo provoletistico por YouTube da una vuelta en circulo, y como la calle Berlin en el barrio de Parque Chas, nos devuelve al mismisimo punto de partida. Y es exactamente lo que siente cualquiera que crea que algo medianamente sofisticado y relevante puede aprenderse gugleando.
Lo que el sistema educativo provee es una suerte de curadoria en el despiole de la información, una linterna que establece algún principio de autoridad, que distingue entre el asador experimentado (que sabe cómo hacer una provoleta y distinguir una buena de una mala) y el voluntarioso incapaz de discernir entre una bateria y un saxo, si de música se tratase.
Paradójicamente el problema con internet es que el que busca encuentra. Y el problema es el que sale empoderado de su búsqueda como el que pesco una mojarrita en una pecera y por eso se cree Indiana Jones.
Pero el que me preocupa es el que a esta altura del discurso muere de la ansiedad por contarme cual es “su” secreto de la provoleta. O por cuestionar qué ando haciendo yo pensando en provoletas a la luz de mi elevado colesterol. El que munido de esa linterna ciega de su autoconfianza se mete en internet buscando cómo cocinar un queso a la parrilla, cómo reparar los frenos de una bicicleta, cómo realizar una operación a corazón abierto, cómo criar a un hijo, a quién votar.
Google complementa y no sustituye. Sin un sistema educativo serio, internet es una lluvia de queso líquido que se nos escurre entre los dientes del tenedor que nos sugirieron usar en uno de los videos de YouTube.