“Derriben el muro, derriben el muro” era el latiguillo de la película The Wall, esa que despues arremetia con “no necesitamos educación”. Esto viene a cuento de una nota en un diario español que refiere a un profesor/conferencista que se soprende y queja de que los oyentes/alumnos tienden a preferir sentarse en las ultimas filas y no las primeras, atribuyendolo a falta de interés, cuando no desden y falta de aprecio por la labor docente.
En los casi 30 años que llevo en la docencia y mas recientemente en la práctica de las conferencias, observo que no existe ninguna relacion entre la ubicación de los alumnos y su interés o performance. En lo personal, cuando asisto a una clase o conferencia prefiero sentarme en las ultimas filas. Porque percibo mejor todo el auditorio y, fundamentalmente, porque me interesa mucho ver las reacciones del público y sus comentarios.
Lo que a este señor le molesta es exactamente lo mismo que le provoca abulia a los alumnos: que el público no vaya a escucharlo a él. El rol del docente como “pizza delivery” de conocimiento no será reemplazado por robots. No es necesario, ya fue sustituido hace unos cuantos años por YouTube o toda la internet.
Hace años que no me tienta ir a escuchar a una persona a la que no puedo hacerle preguntas o donde me es imposible interactuar con otros oyentes. Los huecos de las primeras filas de las que se queja este profe son los ladrillos caidos de la pelicula de Pink Floyd, que lentamente dejan ver lo que hay detrás del muro de la docencia mal entendida: un ejercicio banal de poder, un pedestal de hielo que hace parecer alto al petiso, que más que reclamar reconocimiento, parece pedir piedad.
Chau.